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Análisis y Estudios
Publicado el 26 de octubre 2022

De la política del yo a la búsqueda de un nosotros en tiempos del metaverso

Quasar

 

Por Sebastián Gallegos

Encontrar un punto de equilibrio entre las infinitas posibilidades de nuestra unicidad –aquello que nos diferencia– y nuestra identidad colectiva –lo que nos une a los demás–, parece ser uno de los desafíos centrales de la política contemporánea. Si no preguntemos, por ejemplo, al 62% del país. Por supuesto, no se pretende afirmar aquí que un desbalance de esta naturaleza sea por sí mismo la razón del rechazo a la propuesta de nueva Constitución, pero sí que fue un factor determinante . Por lo demás, este dilema entre identidad y cohesión social no es, por supuesto, un problema exclusivamente nacional.

Más allá del paroxismo de su pirotecnia, la recientemente estrenada cinta Everything everywhere all at once (Daniel Kwan y Daniel Scheinert, 2022), de factura norteamericana pero inspiración china, parece plantearse una cuestión similar: cómo contar una historia acerca de nuestra identidad colectiva en medio de una infinitud de universos paralelos.

Stuart Hall, uno de los padres fundadores de los estudios culturales, disciplina que insiste en que las identidades se constituyen siempre dentro de la representación cultural, destacaba ya a fines de los 90 que estas identidades, además, “nunca se unifican y, en los tiempos de la modernidad tardía, están cada vez más fragmentadas y fracturadas”.

Pues bien, hoy no parece un exceso afirmar que esa atomización identitaria, en tiempos del metaverso, se ha radicalizado y, lo que es peor, parece ser un problema de remota solución política, especialmente para las izquierdas.

Obviando el debate sobre sus aciertos y errores cinematográficos, las dudas ideológicas que abre la película respecto al momento político actual y el rol de lo identitario en ella, en un contexto de histeria digital, interpelan con especial interés a quienes habitamos este largo y angosto territorio con vista al mar.

Everything everywhere all at once narra los conflictos de una familia de origen chino dueña de una lavandería en EEUU: los hay internos y generacionales –la desaprobación del padre a una hija que decidió dejar el continente asiático para seguir los sueños de su esposo, el intento de divorcio de este, la rebelión de una nieta lesbiana–, pero también externos e institucionales –principalmente, el acoso tributario del IRS (el servicio de impuestos internos de ese país)–, todo ello mientras organizan una fiesta que, de una u otra manera, opera como una última y desesperada tentativa de identidad de conjunto.

No parece tan complicado a primera vista, pero ahora hay que cruzar todo eso con la irrupción fantástica del multiverso: la familia desdoblándose en un mosaico, un sinfín de realidades alternativas, diluyendo su mediocridad cotidiana en las infinitas posibilidades identitarias que abren los universos paralelos, hasta reducirlo todo al absurdo (en un momento determinado, alerta de spoiler, los protagonistas se convierten en rocas).

Este sinsentido recuerda bastante a la obstinación, de algunos sectores políticos, por centrar sus esfuerzos en reivindicar una serie de identidades particulares, y cómo ello puede resultar en la amenaza de desintegración de la identidad común en favor de una especie de corporativismo identitario.

Se trata de un fenómeno global que crecientemente marca el destino de la democracia representativa, y que opera como terreno fértil para reivindicaciones nacionalistas (e.g., Giorgia Meloni). Un argumento similar al de Mark Lilla en El regreso liberal (2018), donde expone el fracaso del liberalismo estadounidense a partir de la deriva del pensamiento progresista, incapaz de interpretar a las grandes mayorías, atrapado como está en una selva de identidades.

Es, también, probablemente, una de las razones por las que el Rechazo logró convencer a amplios sectores del centro político y de una izquierda que pareciera haber renunciado a su vocación histórica: situar las condiciones materiales de existencia en el centro del debate. En lugar de ello, focalizó buena parte de su atención en la representación de una serie de identidades más o menos excluidas del diálogo político, entregando así al Rechazo la defensa de bienes más fundamentales y compartidos por una mayoría electoral.

En Everything everywhere all at once, la amenaza de reductio ad absurdum de la realidad, esto es, la pérdida de un sentido vital y la ausencia de un nosotros a fuerza de saturación de identidades, obliga a la familia en vías de extinción a un último esfuerzo de supervivencia: unir fuerzas en todas partes al mismo tiempo para salvar aquello que constituyó el germen de su historia colectiva.

En política, puede que este sea el momento de hacer lo propio.